Como te contaba ayer, la despedida fue muy rápida. Mis padres y mi hermana me acompañaron a la estación de tren de Alicante y, como siempre, llegaba con un poco de prisa. Me despedí fugazmente de ellos. Mientras caminaba hacia mi vagón me sentí aturdido. ¿Esta ha sido una despedida a la altura de lo que me propongo?, ¿cuándo volveré?, ¿cómo se han sentido ellos?, ¿he sido muy frío?
Me senté en el vagón y me puse a pensar en todo lo que se avecinaba, pero me quedé dormido enseguida porque, no sé si lo sabes, pero tengo la extraña (y no siempre útil) habilidad de dormirme en cualquier lugar, cuando tengo un rato.
Me desperté en Chamartín.
Ahí tomé un bus hasta Nuevos Ministerios, donde me esperaba mi hermano, Manuel.
Pudimos pasear un poco, charlar. La verdad es que me gustaría haber tenido más tiempo en mi vida para conocerlo mejor. No sé si es por la diferencia de generación o por la diferencia de inquietudes, pero nunca he conseguido conectar con él como un amigo. Camila es la que nos vincula. Ella y Acho.
Nos queremos, sí. Pero siento que aún estamos en el umbral de nuestra relación. No tengo prisa. Sabemos que nos encontraremos y aprenderemos el uno del otro. Pero aún no ha llegado ese momento. A veces fantaseo con que un día lo mande todo a tomar viento y se venga conmigo un rato. Quizás suceda. Si lees esto: mi viaje es tuyo.
En ese viaje también tuve la suerte de ver a Roser, que vino para despedirse. En ese momento estaba liada con su nueva casa. Si hubiera sido un poco más arquitecto, probablemente le podría haber ayudado más. Pero no es el caso y ella vino a verme, y con eso me basta. Estaba agobiada con la reforma y feliz con su trabajo (ya era hora, con todo lo que ha aguantado hasta que lo encontró).
El vuelo
La terminal T4 de Atocha siempre me ha parecido el paladar de Pinocho. En realidad esa frase se la dije una vez a Isa y ella acabó trabajando allí. Un día me envió un mensaje maldiciéndome porque ahora se sentía cada día trabajando en la boca de un muñeco.
Mi vuelo partió tarde. El viaje fue largo. Las películas del avión, no sé porque me quedé dormido en todas. Hablé con la pasajera de al lado, pero ella tenía más ganas de hablar que yo, así que no recuerdo la conversación. Esos encuentros casuales en los aviones donde empiezan muchas historias no son tan comunes como te puedas pensar. Créeme, he tomado muchos aviones y nunca me ha pasado. A mi padre sí. Al menos una vez que yo sepa. Si algún día me ocurre a mí, te lo contaré.
Hice un transbordo en Sao Paulo. Pero, salvo que hablé con alguien con quien tenía ganas de hablar desde hace tiempo, no hay nada memorable de esa escala. Quizás podría mencionar que en todos los aeropuertos de Brasil existe la obligación de pasar por un corredor con música a todo volumen y te obligan a ponerte algún complemento extravagante hasta que lo hayas cruzado. O Corredor do Carnaval, lo llaman.
Aterricé. Pasé la aduana. Cosas de aeropuertos, ya sabes. Me puse contento porque me sellaron el pasaporte. Cada vez los sellan menos. Se está perdiendo la magia en las bucólicas cabinas de la policía aduanera. Ya no es lo que era. ¿dónde quedan los agentes aduaneros que te desparasitan y te cambian el apellido?, ¿qué será de los perros adictos a la cocaína que trabajan en esos fríos pasillos?, ¿cuántas vidas humanas suponen la suma de todos los minutos que se pierden haciendo fila para pasar una frontera?, ¿a qué tipo de genocidio silencioso estamos asistiendo?
La bienvenida
Llevaba más de 3 años sin ver a Craig.
Habíamos hablado mucho. Soñado mucho. Esperado este momento.
Me recibió con una pancarta muy cutre en la que se leía “Bienvenido a Argen Fucking Tina, Miguel Manzano”. Nos dimos un abrazo largo. Estábamos pletóricos. (Yo más bien cansado). Pero el momento fue maravilloso.
Tres años sin vernos. Dos de ellos preparando todo lo que vendría a partir de ese momento. Joder, se dice pronto.
En el aeropuerto también estaban Jael y Gabi, quien fue muy amable de recogerme y de llevarnos al apartamento que habíamos alquilado para pasar los primeros días en la ciudad.
Desde el primer abrazo, Craig y yo desbordamos ideas. Verborrea. Alucinaciones. Planes. Dos mentes inquietas que llevaban tiempo moviendo cielo y tierra para volver a encontrarse. No sé cómo lo vivió Jael, pero tuvo que ser insoportable.
Alguien me dijo una vez que todos mis amigos hablan mucho. Puede ser. No todos. Algunos. Los que más cosas tienen que decir. A mí no me sobra nunca ni una palabra. Pero es verdad que el parque de juegos en el que se me da bien jugar con mis amigos es el de las ideas. Y las ideas no se explican en pocas palabras. Hace falta un lago.
Hace falta un lago. ¿por qué he escrito eso? Algún día lo sabremos. No pienso borrar nada.
Buenos Aires
es una ciudad más limpia de lo que me había imaginado. Quizás después de Nápoles todas las ciudades me parecerán limpias. Habrá algunas más sucias, seguramente. Pero la suciedad de Nápoles es injusta. Porque, vamos a ver, es Italia. Ese nivel de suciedad es forzado. La gente de Nápoles la quiere así y punto. Es como contratar a alguien para que te ensucie la casa. Es hacer el esfuerzo de que esté sucia y hacerlo bien. Ser muy pulcro en tu inmundicia. Hacer que te defina.
Pero volvamos al otro lado del charco.
Buenos Aires tuvo dos días.
El primer día fue el turístico. Paseos por el centro. Tomar un choripán a la orilla del Río de la Plata (aunque sea un mar). Caminar por los parques. Aprender la historia de la ciudad de la mano de una persona que no habla español y que probablemente todo lo que me contó eran suposiciones suyas. La mejor manera de conocer un lugar, sin duda. Va sin ironía. ¿Qué prefieres, una guía turística con todos los datos seleccionados para llevarte una imagen precocinada de un lugar o un montón de ideas inconexas y parciales sobre un territorio complejo y en constante cambio? Yo lo tengo clarísimo.
El segundo día fue el día de sacar dinero.
Resulta que por la inflación absurda que hay en Argentina, el gobierno ha creado unas tasas disparatadas para extraer dinero de los bancos. Cada dólar vale casi un tercio de su valor real. Aún así los precios son ridículamente bajos pero… es un robo. Sin embargo, ese sistema no afecta a Western Union1. Mi teoría es que la gente allí no confía en los bancos desde hace tiempo y una gran parte de la economía del país se mueve en este tipo de negocios que hacen de intermediarios y de resguardo de monedas. En serio, las facturas de cada mes se pagan en sucursales de Western Union, Pago Fácil y otros que no me acuerdo.
La cosa es que Craig lleva esto muy mal. En serio. Enfermizamente mal.
Mi segundo día en Buenos Aires consistió en recorrer toda la ciudad, los lugares más insospechados, en busca de un Western Union con dinero suficiente como para pagar el viaje que haríamos al día siguiente. Así es como conocí los alrededores de la estación de autobuses, donde comimos en un restaurante chino colmado de personas que luego pedían en los andenes; estuvimos a las afueras de un estadio de fútbol que estaba debajo de un puente; tomamos un autobús hasta la otra punta de la ciudad, a una hora y media; todo eso después de una mañana recorriendo cada Western Union del centro.
Cuando llegamos al último que había abierto, nos cerraron la ventanilla en la cara. Porque había una fila enorme delante nuestra y se acabó el dinero. La gente que llegó después de nosotros se lo tomó con mucha calma. Un día más que llego tarde y se acaba la plata, decía uno o mañana vengo a primera hora, que hoy no pude porque algo, decía otro, consternado.
Como al día siguiente nos íbamos a Tigre y de allí a Uruguay, decidí sacar algo de dinero con el ratio oficial. Para mí no era tan grave. Quiero decir: un euro valía 154 pesos argentinos, en el ratio oficial. Y con 100 euros allí vives un mes, si te organizas bien. Sé que es muy tentador convertir 100 euros en 300, de hecho lo hicimos varias veces más adelante. Pero después de un día entero dando vueltas… me conformé con el mes precario.
Esa noche nos fuimos a ver una varieté de mujeres en un centro cultural. Ninguna Costilla, se llamaba. Y estaba hecho por puras bichacas. Muy increíble. Otro día os cuento lo que aprendí del circo feminista de Argentina, que es un fenómeno muy potente.
Pero por ahora lo dejo aquí. Porque después de esto nos fuimos a Uruguay y eso ya fue otro cuento.
Te lo dedico a ti,
que me embarcaste en esta aventura y me traicionaste, cuando quise volar. Que me enseñaste a escribir mi propia historia, con matices y moralejas, pero luego lo usaste para hacerme desconfiar de quién soy. Me inspiraste hasta la médula. Me hiciste creer en todo de lo que era capaz. Me guiaste y persuadiste. Me usaste. Hasta que viste que yo era yo, y no tuyo.
Te deseo lo mejor amigo, hermano. Que puedas purgar tus pesadillas. Que te puedas ver de pie, sin sentirte de rodillas. Que entiendas que la vida es lo que llega y que tú ya te has ganado el derecho a ser amado. Que dejes de luchar. Tu batalla está perdida.
Porque creo, y quizás es fruto del privilegio que es mi propia vida, que una guerra solo la libran quienes ya han sido vencidos.
Yo elijo ser tranquilo. Y no tengo nada que perdonar. Pero no te olvido.
Este capítulo de la Bitácora no está esponsorizado por ninguna entidad bancaria.