De vuelta de la isla regresé a la cocina. Fueron días tranquilos. Hicimos alguna visita cultural a Buenos Aires. Recuerda que Tigre está a una hora en tren de la capital, así que no fuimos muy a menudo.
Pero la vez que fuimos, vimos un espectáculo de magia muy chulo, de unos amigos de Jael y coincidió que era el día del orgullo y Buenos Aires estaba on fire. Y en ese contexto tan específico fue donde me comí mi primer Choripán de la vida. Y, solo por forzar la importancia del hecho en sí, quiero mencionar que la primera persona que me habló con pasión de un choripán fue Pablo, de Voalá, que creo que hubiera estado en primera fila de este evento dándolo todo y luego me contaría todos los pormenores sociopolíticos de la marcha. Así que para mí el círculo se cierra perfectamente. Le dedico este choripán a Pablo:
Estaba pensando que ya ni me acordaba de todo esto. Que menos mal que me he obligado a grabar casi todo lo que me va pasando. Porque sino, esta bitácora entera sería algo así:
Fui a sudamérica y me lo pasé bastante bien. Jaja. Saludos.
Fin.
A mi hermano Simón,
lo conocí hace 10 años, cuando coincidimos en Montpellier. Yo estaba de Erasmus, él no sé muy bien cómo acabó ahí. Argentino, carismático, sonriente, llegó a mitad de curso pero se hizo amigo de todo el mundo en medio segundo y medio. Al minuto ya era el más popular de la Facultad de Arquitectura y a la media hora de llegar ya me había inspirado para crear el Recopulatorio, del que ya te contaré porque parece que ya es una realidad. Ojo.
Simón fue una de las dos últimas personas de las que me despedí en Montpellier. La otra era Daisuke Shindo. El último Shindo. Otro crack. Ojalá las circustancias de este viaje acaben incluyéndolo en la historia, no sé bién cómo. Pero ojalá. Ahora que lo pienso, voy a enviarle la bitácora para que la lea traducida. Seguro que le hace ilusión y lo mismo se anima y se viene con su maravillosa familia a compartir algún tramo. Oh, sería tan increíble eso.
La cuestión es que la primera vez que fantaseé con hacer este viaje fue hablando con Simón. Él me dijo que tenía un primo que era un viajero y que en américa existía una carretera que cruzaba desde el sur hasta Alaska y que se podía hacer, salvo en un tramo que hacía falta un barco. Y resulta que era verdad. Y entonces fantaseamos juntos con hacer ese viaje. Y buas. Imagínate. Menuda locura, recorrer todo el continente, buscándonos la vida, haciendo reformas por aquí, igual algún espectáculo de circo, quién sabía. Menudo viaje.
Y eso quedó ahí. Pendiente.
Luego, seguimos hablando como es natural y humano, cada vez menos, hasta que perdimos el contacto. No por nada. Creo que se quitó el Facebook. Y un día me dio por llamarlo o él me dijo algo, justo antes de irme a México. Recuerdo que estaba en un autobús en Bristol, llegando a conocer a quien más tarde me ayudaría muchísimo en mi escuela de circo. Total, que le conté. Y él me contó. Y nos pusimos al día.
Y luego ya no nos volvimos a hablar de nuevo, como es natural y humano.
Y entonces un día me habló, cuando estaba en Nápoles. O sea, hace poco. Y me preguntó que qué tal. Y le conté y me contó.
Y antes de seguir quería hacer una reflexión, que creo que en realidad es de Ana. Al menos el inicio: Ana me dijo una vez que los SMS son las nuevas postales y creo que tiene razón. Pero, además, creo que las amistades largas, las que están en un segundo plano pero que existen a lo largo de toda la vida, esas que celebran eternamente el momento en el que se creó el vínculo, esas…son amistades de postal. O sea, van perdiendo fuerza pero, de vez en cuando, aparecen como una postal que recibes (o envías) y te pones al día. Un flash. Un recuerdo de que la otra persona está ahí y que vuestro vínculo tiene aún un hueco en su vida.
Muchas de mis amistades son así. Muchas postales. Muchas celebraciones de vínculos, en forma de encuentros, inesperados o no. Muchas vidas.
¿Dónde estaba?
(releo)
Ah sí, Nápoles. Que hablé con Simón y le dije que iría para allá y me dijo “Me estás jodiendo” y le dije que no. Y entonces me dijo “¿pero no me estás jodiendo?” y le dije que no, que nos veríamos. Y entonces se puso muy contento y volvimos a dejar de hablar.
Hasta que ya estaba aquí y él se había organizado para venir a verme. Porque él vive en un lugar con un nombre muy gracioso: Cipolleti. Se pronuncia Chipol·leti, con L geminada. Es más gracioso cómo se escribe que cómo se pronuncia.
Me dijo que vendría a recogerme a Buenos Aires y de ahí nos iríamos juntos a La Plata. Y yo le creí. Su plan era aprovechar que aún no había recogido su título de Arquitecto para regresar a la ciudad donde estudió, visitar a sus amigos y, de paso, enseñarme La Plata, porque me había hablado de ella muchas veces.
Y llegó el día. Y ahí estaba él. En la estación de trenes de Buenos Aires. Una de ellas, la más chunga. Y, aunque el plan original era tomar un tren hasta La Plata, resulta que ese día justo no había trenes. Y entonces esperamos una hora para tomar un autobús frente a la estación, que nos llevaría a algún lugar que no sé bien cuál era. Porque entre las ganas de vernos y lo inesperado de la situación, la mochila, el lugar y el sol…no me enteré mucho de nada.
Por suerte, Simón les dijo a sus amigos de La Plata que estábamos un poco atrapados en Buenos Aires y, cuando nos subimos al autobús, lo llamó un colega que justo había bajado a la Capital a por sus padres, que venían del aeropuerto. Total, que nos bajamos del autobús, justo antes de entrar en la autopista, y nos interceptaron. Y partimos los cinco en el coche del amigo de Simón, con sus padres que estaban muy contentos con lo bonito que era el Norte de Argentina.
Y de ahí hasta el siguiente capítulo.